Curioseando por carpetas perdidas de mi ordenador he encontrado este apunte autobiográfico sobre la relación de Ricky Mango con la música. Parece haber sido un correo electrónico que tiempo atrás le envié a alguien, probablemente más joven que yo. El texto está fechado el día de navidad de 2015, pero yo diría que es anterior:
Descubrir la música clásica
En mi época era muy trabajoso, porque los discos y los conciertos costaban caros. Ahora puedes escuchar gratis todo lo que quieras. Es todo un privilegio, y un enorme desperdicio si no lo aprovechas. En mis tiempos, YouTube habría sido no ya un sueño, sino más que una quimera.
Descubrir la música clásica
En mi época era muy trabajoso, porque los discos y los conciertos costaban caros. Ahora puedes escuchar gratis todo lo que quieras. Es todo un privilegio, y un enorme desperdicio si no lo aprovechas. En mis tiempos, YouTube habría sido no ya un sueño, sino más que una quimera.
Yo tenía 16 años, y en
el Instituto había un grupo de izquierdistas que conspiraban contra el régimen
a su manera. Entre otras cosas, publicaban una revista. La revista era muy
ideológica, pero de todo aquello yo no sabia nada. Vicente y yo, que
compartíamos banco en clase, nos ofrecimos para hacer una sección de pasatiempos, y nos
aceptaron. Hacíamos crucigramas y jeroglíficos.
Organizaron también un
cine forum y un music forum. Yo me apunté a los dos. Estaba ansioso por
conocer. Mi vida cotidiana era tan anodina y deprimente que todo aquello era un mundo nuevo para
mí. El music forum era los sábados por la tarde.
Naturalmente, éramos cuatro gatos. El primer día nos pusieron la novena
sinfonía de Beethoven. Nada menos. En realidad, era un pretexto para acercarnos
a su causa, y antes de la audición nos leyeron el testamento de Beethoven, que
hablaba de la libertad de los seres humanos, etc. con gran vehemencia. Después
yo aguanté la hora aproximada que dura la Novena. Me aburrí muchísimo, pero no me
arredré. Al lunes siguiente me fui a una tienda de discos, y con mis míseros
ahorros me compré un disco con la novena sinfonía de Beethoven.
Me encerré con él en mi
habitación y lo escuché una vez. Lo encontré igual de aburrido que la anterior.
Lo escuché una segunda vez. Empecé a percibir pasajes que me gustaban, y aquello me animó, de modo que seguí escuchándolo, una y otra vez. Al llegar a la quinta o la sexta lloraba de emoción, y
todavía hoy puedo llorar escuchándola.
Yo no sabía nada de música
clásica, y en el pequeño mundo que me rodeaba nadie podía orientarme. Ni mis padres, ni mis compañeros de clase, nadie. Así que lo
poco que iba captando aquí y allá, en el periódico, en algún comentario oído al
vuelo o en la televisión, lo retenía en la memoria, y en cuanto podía me compraba el
disco. Había que ahorrar mucho para comprarse un disco.
Poco a poco fui
conociendo compositores: Beethoven, Bach, los barrocos, los romáticos... Tuve la suerte de que a Vicente le dio
por la música, y algún tiempo después hice una amiga que estudiaba piano y que
me conseguía entradas de estudiante del conservatorio para ir al Teatro Real.
Ibamos los sábados, arriba del todo, en una galería que los estudiantes
llamaban 'los nichos'. La acústica allá adentro no era muy buena, pero a cambio sólo estábamos
nosotros y no estábamos obligados a ocupar una butaca. Podíamos tumbarnos en la moqueta, o acodarnos en los antepechos de
los 'nichos'. Incluso cuchichear comentarios sobre los intérpretes o los compositores.
Allí aprendi muchísimo de
música clásica. A menudo me aburría, pero perseveré, porque comprendía que la música
clásica es como el alpinismo: hay que hacer un esfuerzo para llegar a contemplar el mundo
desde la cumbre. Hay que educar la sensibilidad. Lo malo es que no hay
retroceso posible. Cuando te ha gustado Béla Bartók, o Bruckner, ya nunca te
podrá gustar Julio Iglesias o los éxitos pop. Es una escalera de subida sólo, y
para ser feliz allá en lo alto necesitarás rodearte de personas que hayan subido también por esa misma
escalera. Si no, serás un marciano.
Con el tiempo descubrí
también el jazz, que me apasionó, porque es como yo: improvisador y a
contratiempo. Pero yo quería conocerlo todo. Exploré la música folklórica, el
blues, el flamenco. Aprendi a amar todas esas músicas, y siempre he tendido a
rodearme de gente relacionada con la música.
Durante años insistí en
aprender a tocar la guitarra, pero nunca conseguí nada con ella. Un día, en Andorra,
pasé por delante de una tienda de música, me decidí de pronto y me compré un teclado electrónico. Vicente
me aconsejó aprenderme los acordes de la mano izquierda. Me compré un libro de
acordes y los memoricé. A partir de ahí conseguí un libro de partituras y empecé muy despacio,
nota a nota, como un niño de cuatro años. Pero a diferencia de la guitarra el
piano sí era mi instrumento, y poco a
poco fui aprendiendo a desenvolverme. Ahora puedo tocar aceptablemente cientos de temas de
jazz, e incluso improvisar un poquito a veces, y me da mucho placer.
Y ya no tengo un pequeño teclado, sino todo un Clavinova.
Y ya no tengo un pequeño teclado, sino todo un Clavinova.
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