sábado, 14 de enero de 2012

Mirada atrás

Supongo que, con el tiempo, es inevitable mirar más hacia atrás. En los primeros años de la vida el instante pesa abrumadoramente más que el pasado, pero los recuerdos son un universo que empieza con un big bang y, con el tiempo, llega a estar tan poblado que necesitamos telescopios para explorarlo. Uno de esos telescopios es el que yo desplegué la otra noche, como quien dice sin querer. Mi magdalena de Proust: unas postales antiguas halladas entre las páginas de un libro.

Las postales me retrotrajeron a una generación de amigos poco más que adolescentes. ¿Qué habría sido de ellos? El oráculo Google vino en mi ayuda. Fui probando nombres, huroneando enlaces, siguiendo pistas, y no tardé mucho en encontrarme con las imágenes de aquellos antiguos amigos, un poco más que madurados por el paso del tiempo. Las imágenes, además, iban acompañadas de información suficiente para reconstruir el trazo grueso de sus respectivas trayectorias.

Por lo menos en dos casos, que llamaré Julián y Milán. Los tres nos llevábamos estupendamente. Es fascinante ver cómo aquellos rasgos de carácter, que por entonces nos parecían sólo la sal y pimienta de la vida, nos han ido empujado por caminos tan divergentes. La tentación de sorprenderlos con una visita me duró poco. No tendríamos nada de qué hablar.

Julián estudió Matemáticas y, cuando empezó a trabajar, lo hizo como informático. Tenía los ojos profundamente negros. A su mirada intensa, siempre un punto incendiada, se sumaba una voz grave y resonante. Era racionalista a ultranza y, con esa pizca de elegancia intelectual que siempre ha conferido el trotskismo, pasó de las algaradas estudiantiles a la acción política clandestina. Años después, sin embargo, empezó a interesarse por la psicología de Jung, primero, y en seguida por el tao y las filosofías orientales en general. Un día, me lo encontré y me contó que había aprendido cierta técnica de respiración que servía de base para algo así como un psicoanálisis iniciático, cuya descripción me puso los pelos de punta. Incluso me envió un par de veces invitaciones a aquellos cursillos, que yo ignoré.

Después, le perdi la pista. Ayer lo vi fotografiado en una especie de consulta médica, con la misma mirada penetrante aderezada ahora por una perilla a lo Genghis Khan. Es la cabeza visible del movimiento en España. Ha creado su propia escuela filosófica, y ejerce como terapeuta o guía espiritual en esa curiosa variedad de aquelarres emocionales que, por lo visto, lo dejan a uno nuevo. De la informática ya ni se acuerda.

Milán era el más superficial de los tres y, quizá por eso mismo, el que más éxito tenía con las chicas. Tocaba la guitarra y cantaba -cantábamos- durante horas y horas todas aquellas canciones que tanto nos gustaban. Tenía un carácter débil, más de adolescente que de adulto, que no le impidió, años después, ingresar también en la clandestinidad y también en el selecto olimpo trotskista. En cierta ocasión me invitó a su piso de estudiante y, apenas traspuse el umbral, me indicó con un aspaviento que bajara la voz. Señaló una de las habitaciones. "No hables alto, que el obrero está durmiendo". El obrero era el único militante de su partido que no era estudiante, y lo mimaban como un jarrón de la dinastía Ming. Eran las 12 del mediodia, y el obrero seguía durmiendo. De hecho, nunca lo llegué a conocer.

Cuando llegó la democracia, Milán ingresó en el PSOE con la intención solapada de radicalizar a sus militantes y repoblar con ellos los páramos de la cuarta internacional. Pocos años después me enteré de que ocupaba un alto cargo en la Administración regional. Había estudiado Económicas, aunque nunca fue un alumno muy brillante, y él lo sabía. Anoche lo pude ver hablando en Internet, todavía con el mismo aire inofensivo, siempre superficial en sus disertaciones pero, por alguna razón, todavía lánguidamente simpático. Y me recordó al protagonista de mi segunda novela. Quizá, como él, éste también sobrevive porque no molesta.
Y cuando digo sobrevive, digo poco. La lista de cargos institucionales que simultanea es inacabable. Me intriga cómo, con un bagaje personal tan poco impresionante, ha podido este hombre trabar una red de contactos tan extensa en los camerinos del poder. Una de las noticias que hablaban de él informaba de su detención por la Guardia Civil, por pertenencia a una trama de subvenciones no justificadas, en los años 90. Y una segunda detención, unos cuantos años después, por razones parecidas. Pero de juicios ningún periódico menciona nada, y el hombre sigue ahí, tan tranquilo, dando charlas sobre las cenefas de la nada y ocupando jefaturas a diestro y siniestro. Me incomoda decirlo pero, pese al cúmulo de evidencias que pesan contra su persona en los dos casos de corrupción, sigo sintiendo simpatía hacia él.

Julián y Milán, cada uno en un planeta exótico de una galaxia diferente. Pliego el telescopio y me voy a dormir.  En fin de cuentas, para ser lo que somos, y no para otra cosa, hemos nacido.


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