Para los humoristas sobre todo, la Renfe (monopolio estatal de ferrocarriles de España) siempre ha sido una fuente inagotable de material.
Estoy en la sala de espera de la estación de Sants, en Barcelona. Hace unos años era un recinto excesivamente pequeño, pero acogedor. Los sofás y butacas eran cómodos y, cuando el lugar no estaba muy concurrido y el televisor no sonaba a todo volumen -que era casi siempre-, uno podía abrigar la esperanza de aguardar relajadamente un par de horas hasta la salida de su tren.
Eso era antes. Ahora, el enchufado de turno ha cambiado y, como todos los enchufados de España, ha decidido suplir su ineptitud oligofrénica con un cambio estético. Lo de siempre: nuevo "diseño". Tirar la casa por la ventana... a costa del contribuyente.
Esas copas de metacrilato vacías que ven ustedes en la foto son las sillas de la nueva sala de espera de la estación de Sants. Cursis, ¿verdad? Pues, además, son extraordinariamente incómodas. Ideales para sentarse en ellas dos horas seguidas y levantarse con el esqueleto magullado. Eso se llama rizar el rizo.
El que esto escribe no está sentado en esa sala, sino en otra un poco más tolerable, en un canapé situado a 30 cm del suelo, cuyo respaldo se clava en los omoplatos a los pocos minutos de aposentarse uno en él. Una de las empleadas me comenta que en más de una ocasión han tenido que ayudar a algún anciano que se había quedado empotrado en el canapé y no podía levantarse. Frente al canapé hay una mesita exigua, también de metacrilato, decorativamente agujereada por todas partes, de manera que si se le ocurre a usted dejar algún objeto pequeño encima de ella, tendrá la oportunidad de desentumecer sus omoplatos agachándose a recogerlo del suelo.
Claro que, si en lugar de escuchar la conversación de aquella señora que habla a gritos por el teléfono móvil a diez metros de distancia prefiere usted enchufar su ordenador y consultar su correo electrónico, la salita contigua le ofrece todo lo que podría usted desear. Héla aquí:
Naturalmente, está también vacía. El recuerdo de los campos de concentración subsiste todavía en el inconsciente colectivo europeo, y todo el mundo prefiere abandonarse a su suerte en el sofá-trampa y apoyar el computador en las rodillas, como estoy haciendo yo en este momento.
Ahora ya sabe usted en qué se gastan los funcionarios enchufados una parte de sus impuestos. No es una sala de espera cómoda pero, al menos, es fea. Comprenda usted que todo lo que hacen los enchufados tiene que ser feo. Es la obligación mínima de cualquier funcionario que maneja presupuestos públicos.
Resígnese: más no se puede hacer. Si el funcionario fuera competente, no estaría en la Administración.
miércoles, 11 de agosto de 2010
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