Suena el teléfono. Me levanto del sofá. Descuelgo. Es mi amiga Atenea.
"Hola", le oigo decir al otro lado del teléfono. "¿Te interrumpo?"
"Hola, Atenea", respondo. "No, en absoluto. Hoy no he salido de casa. Estoy viendo una película".
Dado que son las nueve y cuarto de la noche y hoy es lunes, Atenea no se sorprende de mi respuesta, y la conversación continúa normalmente. Pero imaginemos ahora que, en lugar de comunicarnos por teléfono, Atenea y yo hemos decidido ese día ir al cine, y a esa misma hora estamos sentados en nuestras butacas, a oscuras, mientras en la pantalla unos bucaneros se emborrachan en una isla de los mares del Sur. Repentinamente, me acerco al oído de mi amiga y le digo:
"Estoy viendo una película".
La expresión de Atenea, esta vez de estupor, no es de extrañar. Mi frase no le ha aportado ninguna información. Ella ya sabe que yo estoy viendo una película. Su cerebro trabaja intensamente. ¿Qué habré querido decir?
Esta es probablemente la primera premisa de la comunicación. Cuando un mensaje está adecuadamente formateado, consideramos que tiene asociado un significado y, por consiguiente, hay que interpretarlo. Gracias a este mecanismo somos capaces de comprender sin dificultad a aquel extranjero que nos aborda en mitad de la calle y nos dice, por ejemplo: "lugar barato comer".
De esas tres palabras mal pronunciadas y ajenas a nuestra sintaxis surge inmediatamente en nuestras mentes un significado, y nuestra conjetura de ese significado pronto se confirma. Gesticulando, le explicamos a nuestro interlocutor cómo se llega a la tasca de Pepe; le indicamos, relamiéndonos ostensiblemente, que Pepe cocina una paella exquisita, y se va muy contento en la dirección indicada.
Lo que mi interlocutor y yo hemos identificado, gracias a un discurso desprovisto de sintaxis y ayudado de signos visuales, es el significado de nuestros mensajes. Pero ¿én qué consiste ese significado? ¿En qué lugar de nuestra mente se encuentra? ¿Tiene alguna estructura?
Para responder a estas preguntas conviene regresar al ejemplo de la película de bucaneros. ¿Qué es lo que hace el cerebro de Atenea mientras ella me mira atónita en el cine? ¿Qué diablos querría yo decir cuando declaraba que estaba viendo una película?
A mi amiga se le ocurren varias posibilidades. Tal vez hace mucho tiempo que yo no veía una película, y únicamente le estoy expresando mi alegría. O quizá soy funcionario en el archivo de una filmoteca, y me paso los días colocando películas en las estanterías sin llegar nunca a verlas. O soy un fanático del teatro y en esta ocasión, excepcionalmente, he acudido al cine.
"Estoy viendo una película".
La expresión de Atenea, esta vez de estupor, no es de extrañar. Mi frase no le ha aportado ninguna información. Ella ya sabe que yo estoy viendo una película. Su cerebro trabaja intensamente. ¿Qué habré querido decir?
Esta es probablemente la primera premisa de la comunicación. Cuando un mensaje está adecuadamente formateado, consideramos que tiene asociado un significado y, por consiguiente, hay que interpretarlo. Gracias a este mecanismo somos capaces de comprender sin dificultad a aquel extranjero que nos aborda en mitad de la calle y nos dice, por ejemplo: "lugar barato comer".
De esas tres palabras mal pronunciadas y ajenas a nuestra sintaxis surge inmediatamente en nuestras mentes un significado, y nuestra conjetura de ese significado pronto se confirma. Gesticulando, le explicamos a nuestro interlocutor cómo se llega a la tasca de Pepe; le indicamos, relamiéndonos ostensiblemente, que Pepe cocina una paella exquisita, y se va muy contento en la dirección indicada.
Lo que mi interlocutor y yo hemos identificado, gracias a un discurso desprovisto de sintaxis y ayudado de signos visuales, es el significado de nuestros mensajes. Pero ¿én qué consiste ese significado? ¿En qué lugar de nuestra mente se encuentra? ¿Tiene alguna estructura?
Para responder a estas preguntas conviene regresar al ejemplo de la película de bucaneros. ¿Qué es lo que hace el cerebro de Atenea mientras ella me mira atónita en el cine? ¿Qué diablos querría yo decir cuando declaraba que estaba viendo una película?
A mi amiga se le ocurren varias posibilidades. Tal vez hace mucho tiempo que yo no veía una película, y únicamente le estoy expresando mi alegría. O quizá soy funcionario en el archivo de una filmoteca, y me paso los días colocando películas en las estanterías sin llegar nunca a verlas. O soy un fanático del teatro y en esta ocasión, excepcionalmente, he acudido al cine.
Lo que el cerebro de Atenea ha hecho, pues, es construir un trasfondo que le permita extraer información de mi mensaje. Cualquiera de estas tres construcciones permitiría extraer información plausible de mi mensaje:
"Últimamente, no veía películas. Ahora, estoy viendo una película"
"Normalmente, manejo películas. Ahora, estoy viendo una película"
"Normalmente, veo obras de teatro. Ahora, estoy viendo una película"
"Últimamente, no veía películas. Ahora, estoy viendo una película"
"Normalmente, manejo películas. Ahora, estoy viendo una película"
"Normalmente, veo obras de teatro. Ahora, estoy viendo una película"
En los tres casos, el mensaje informa de que está sucediendo algo que no sucedía. Para poder extraer información de mi mensaje, Atenea ha tenido que construir mentalmente las categorías
estoy haciendo algo: {no viendo una película, viendo una película}
estoy haciendo algo: {no viendo una película, viendo una película}
estoy haciendo algo con una película: {manejando, viendo, ...}
estoy viendo algo: {una obra de teatro, una película, ...}
En términos más abstractos, Atenea ha construido las frases:
estoy X
estoy X una película
estoy viendo X
y, a continuación, ha dejado que se formen en su mente espontáneamente las categorías X. La información que ella está empeñada en extraer de mi mensaje dependerá de cuáles sean esas categorías. Ella ha interpretado que yo le estoy señalando un caso particular de algo, y por eso su mente se ha esforzado por identificar todas las categorías que es capaz de construir a partir de mi mensaje, a fin de poder interpretarlo como un caso particular.
Si en lugar de ir al cine con Atenea nuestra conversación se hubiera mantenido por teléfono, como en el primer ejemplo, el proceso habría sido más simple pero, en esencia, no diferente. Simplemente, mi amiga habría evocado una categoría de actos habituales o verosímiles en el hogar un lunes a las nueve y cuarto de la noche:
estoy X: {comiendo, durmiendo, leyendo, viendo una película, ...}
La pregunta que se plantea a continuación es casi inevitable: ¿A qué conclusiones podemos llegar si analizamos todas las palabras de un lenguaje en términos de categorías?
(Continuación)
estoy X una película
estoy viendo X
y, a continuación, ha dejado que se formen en su mente espontáneamente las categorías X. La información que ella está empeñada en extraer de mi mensaje dependerá de cuáles sean esas categorías. Ella ha interpretado que yo le estoy señalando un caso particular de algo, y por eso su mente se ha esforzado por identificar todas las categorías que es capaz de construir a partir de mi mensaje, a fin de poder interpretarlo como un caso particular.
Si en lugar de ir al cine con Atenea nuestra conversación se hubiera mantenido por teléfono, como en el primer ejemplo, el proceso habría sido más simple pero, en esencia, no diferente. Simplemente, mi amiga habría evocado una categoría de actos habituales o verosímiles en el hogar un lunes a las nueve y cuarto de la noche:
estoy X: {comiendo, durmiendo, leyendo, viendo una película, ...}
La pregunta que se plantea a continuación es casi inevitable: ¿A qué conclusiones podemos llegar si analizamos todas las palabras de un lenguaje en términos de categorías?
(Continuación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario