domingo, 7 de noviembre de 2021

Los ricos y los tontos

Ya lo he dicho alguna vez antes: la diferencia entre dictadura y fascismo es que la dictadura es impopular. Por eso el fascismo es mucho más peligroso. En una sociedad fascista (o comunista), tu vecino puede ser  tu opresor. Una parte de la población somete a todos los demás en nombre de un supuesto "bien colectivo". El disidente vive permanentemente en territorio enemigo, y la solución más práctica es, a menudo, huir. Al fin y al cabo, sólo se vive una vez.

Pero el fascismo tiene dos caras: una, los pastores; otra, los borregos. Con esto no digo que todos los borregos sean crédulos, o tontos. Muchos de ellos, la mayoría, lo son. Otros son indiferentes, quizá porque no le piden a la vida mucho más que un plato de lentejas. O un móvil y un tatuaje de moda. Pero unos cuantos, los suficientes, callan por miedo y prefieren consentir.

Esos, naturalmente, son los peores porque, si ellos no callaran, los crédulos y los tontos abrirían los ojos a la realidad. No, esos que callan no son esclavos inocentes. Son cómplices. Los crédulos y los tontos, de buena fe, confían en ellos. Esperan de ellos que velen por su salud, por su seguridad, por su igualdad ante la ley. Entre los ahorcados tras los juicios de Nuremberg había unos cuantos y, por cierto, de nada les sirvió escudarse en la "obediencia debida". 

Hace poco averigüé los beneficios que cierta empresa farmacéutica muy conocida esperaba obtener este año: 36 000 millones de dólares. En un solo año. Y lo primero que pensé es que 36 000 millones de dólares dan para mucho.

¿Para cuánto, exactamente?

Veamos. Para pequeñas componendas los negocios sucios pueden ser un recurso aceptable, pero para negocios en gran escala son arriesgados. Pueden terminar saliendo a la luz, y los juicios de Nuremberg son un precedente inquietante. Seamos realistas. Es preferible crear una fundación supuestamente filantrópica y repartir 'estímulos' entre los sectores de la sociedad que más nos convienen. No es difícil. Uno siempre encuentra a algún puñado de paranoicos o de imbéciles que creen en alguna crisis climática, en alguna epidemia devastadora o en las virtudes del colectivismo. 

Aunque sean pocos. No importa. Bastará con conseguir que salgan en los noticieros. ¿Y cómo se consigue eso? Con generosidad, hombre. A ninguna revista científica le disgusta que le compren cada mes unos cuantos miles de ejemplares de sus publicaciones, o que incluyan a su director en algún consejo de administración. Tampoco a los políticos les molestan los cargos honoríficos en empresas privadas. Es más, les agradan. Y los medios de comunicación, que desde la desaparición del papel están al borde de la ruina, estarán encantados de recibir un empujoncito de fundaciones dedicadas a fines tan nobles como la igualdad, la salud, el medio ambiente, los niños o la pobreza.

Sí, 36 000 millones de dólares dan para mucho. Por ejemplo, un millón de dólares para 6 000 personas. O 500 000 dólares para 12 000. O, si me apuran, 100 000 dólares para 60 000 estómagos agradecidos, y todavía le quedan a uno 30 000 milloncetes limpios, que no están nada mal. 

Además, pensemos que esas 60 000 personas no tienen por qué estar concentradas en un solo país. Pueden estar distribuidas, por ejemplo, entre cien países, a 600 personas por país. Piense usted en lo que se puede conseguir 'ayudando' con 100 000 dólares a 600 personas en puestos clave de un solo país. ¿No es suficiente? No importa. Multipliquemos por dos: 1 200 personas por país, y todavía nos quedan 24 000 millones limpios de beneficio.

¿Dónde está el límite? Hay mucho margen. Entre ganar cero dólares con un producto inútil y dañino que nadie compraría y ganar, digamos, sólo seis mil millones de dólares, quién dudaría. 'Donamos' generosamente 100 000 dólares a tres mil personas en cada país y todavía nos embolsamos una pasta. En un país como España, por ejemplo, tres mil estómagos agradecidos darían mucho juego. 

Así que, con cifras como esas y con un puñado de psicópatas en el vértice de la pirámide, el fascismo (o el comunismo) es pan comido. Y, para dormir, a contar ovejas.

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