lunes, 16 de agosto de 2021

Jornada 2

Paseando por la playa, Robinson encuentra sobre la arena un libro que el mar ha arrojado a la orilla. Sus páginas están mojadas, y no se atreve a abrirlo para no deteriorarlas. Lo dejará secar. En su remota isla, cualquier vestigio de la lejana civilización es un enorme consuelo. Con el libro mojado entre sus manos, como si fuera una reliquia, se dirige hacia su cabaña y, una vez allí, lo pone a secar al sol, sobre una roca plana.

A la mañana siguiente las páginas se han secado. Robinson toma el libro entre sus manos, avariciosamente, trata de aplanar las rizadas hojas haciendo presa contra sus dos tapas y, por último, se sienta a leer.

Es un diccionario. Habría preferido una narración, real o imaginaria, pero no importa. Para él, cualquier recuerdo del mundo que dejó atrás es reconfortante. Lo abre al azar, y su dedo índice se detiene en una palabra. Lee en voz alta.

"Fe:

- Creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia.

- Creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública."

El sol de la mañana es templado, y la brisa, suave. Robinson cierra de nuevo el libro, entorna los párpados y piensa...

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sábado, 7 de agosto de 2021

Jornada 1

Robinson respira hondo. Si ha contado bien las muescas que va marcando en el poste de su cabaña, hoy es su cumpleaños. Merece la pena celebrarlo. De modo que abre el baúl, saca de él unos cuantos objetos, y se coloca. En su pobre yacija. 

Desde ella ha visto ya muchos soles, lunas y nubes, y muchos pájaros sobrevolando la costa. Incluso, a veces, algunas aves de rapiña, pero a estas alturas ha conseguido ya ahuyentar a casi todas.

Toma en sus manos la barrica que rescató de un antiguo naufragio, abre la espita y deja caer en el cuenco una ración generosa de whisky. Lo paladea. Y recuerda.

Tiene que vivir de los recuerdos, porque en una isla desierta sólo hay océano, cabras y recuerdos. Como aquellos suyos antiguos que tenían música de rock and roll.

Recuerda sobre todo la presencia de ella. La felicidad del presente y la felicidad anticipada. La vida era hermosa y, aunque el tiempo no tenía fronteras, él sabía que esa noche la abrazaría largamente y sentiría aquel cuerpo de mujer junto al suyo.

Palpitando y riendo. Intensamente viva, como él. Por eso cada diminuto acontencimiento junto a ella era una fuente de felicidad. Era como un hilo que conectaba el presente con la noche cercana. Bajo la luna. En silencio.

Sólo murmullos, muy cerca. Un aliento agitado. Unas alas repentinas en los hombros, y luego la calma. El océano.

Por eso todo tenía sentido y todo significaba vivir. Sin hacer esfuerzos, simplemente dejándose llevar por la ola de la vida. 

No sabe por qué, pero entre sus recuerdos inconexos hay uno a oscuras, ante la pantalla de un cine. Quizá era Buster Keaton el que hacía acrobacias en lo alto de un vagón de tren. Quizá no. Daba igual. Lo único importante era que faltaban pocas horas para que el cuerpo de él y el de ella volvieran a encontrarse, enteros, bajo la luna.

Qué sencillo es vivir, pensó. Y qué difícil cuando uno se equivoca de camino. 

Entre tanto, el tiempo se deslizaba gota a gota hasta que, inevitablemente, se escapó de las manos. Después vinieron muchos barcos, muchas calmas chichas y muchas tempestades. Y, por último, el naufragio.

No ha vuelto a ver naves en el horizonte. No es ni feliz ni infeliz, o quizá es las dos cosas a la vez. Pero en este instante que está viviendo no hay más futuro que el recuerdo de ella y la anticipación de otro futuro que, en realidad, está en el pasado.

Robinson se sirve otro cuenco de whisky y se deja llevar por los recuerdos...

¿O eran fantasías?

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