Mi amigo Jesús me envió ayer un enlace en el que alguien se despachaba a gusto contra los especuladores, la bolsa, el mercado, etc. etc. A partir de una noticia que el autor del artículo no había entendido (y no se había molestado en entender), el artículo se limitaba a ensartar los tópicos habituales sobre el 'malvado' capitalismo y sus secuaces, tal como los describe machaconamente la propaganda izquierdista. Como Jesús es una de las pocas personas que conozco que escucha sin prejuzgar, se me ocurrió escribir un texto para aclararle las ideas. Sí, esas mismas ideas que miles de obtusos propagandistas repiten día a día por todas partes como loritos amaestrados. Pero al final, después de reflexionar un poco, he decidido publicarlas aquí. Quién sabe. Tal vez a alguien le sirvan de ayuda para salir del oscurantismo imperante. Allá voy.
En la bolsa no cotizan materias primas, porque las materias primas no son empresas. En la bolsa cotizan sólo empresas que deciden dividir su capital en pequeñas fracciones para que los pequeños inversores puedan participar como copropietarios de la empresa, con sus beneficios y sus riesgos. Un inversor comprará acciones de una empresa porque la ha investigado a fondo, y confía en que esa empresa creará riqueza y puestos de trabajo. Un especulador, en cambio, compra sólo porque cree que el precio va a subir y espera vender con beneficio.
Parece lo mismo, pero no es lo mismo. Los inversores de bolsa esperan ganar dinero a largo plazo. A corto plazo las fluctuaciones son enormes, y a menudo es más fácil perder dinero que ganarlo. Ahí entran en juego los especuladores, que prevén que el precio va a subir o bajar a causa de factores externos: los tipos de interés, la moda de un producto, los datos de empleo o de PIB, las epidemias, las vacunas... Todo eso afecta a los precios a corto plazo, pero especulando es más fácil perder dinero que ganarlo. Con la burbuja inmobiliaria de los años 2000, muchos ganaron mucho dinero (si supieron vender a tiempo, que no es nada fácil), pero muchos más perdieron muchísimo cuando explotó la burbuja. Con las vacunas, muchos han ganado dinero comprando acciones de Pfizer, pero son muchos más los que han perdido comprando acciones, por ejemplo, de Sanofi.
En bolsa se negocian también los llamados 'contratos derivados', que están asociados al precio de las acciones. Los orígenes de esos contratos fueron los 'contratos futuros', que inventaron los agricultores para asegurarse un ingreso fijo a cambio de su cosecha. Meses antes de la recolección, el comprador se compromete a pagar al agricultor un precio fijo por la cosecha, que es menos de lo que el agricultor podría ganar, pero más de lo que podría perder si hay pedrisco, langosta, sequía, etc. El comprador, por su parte, espera ganar dinero si todo va bien, pero también se arriesga a perderlo todo si las cosas van muy mal.
En cualquier caso, siempre hay un riesgo, y los especuladores a menudo pierden hasta la camisa. Cuanto más dinero quieres ganar, más tienes que arriesgar, así que los especuladores son más parecidos a los clientes de un casino que a unos buitres despiadados.
A veces, el agua escasea. Como no es posible saber cuándo lloverá --y, por lo tanto, si su precio bajará o subirá--, puede haber consumidores o empresas que prefieran contratar un precio fijo por hectolitro para el año que viene. Al igual que los agricultores, se aseguran un precio fijo, que no dependerá de las variaciones del consumo ni del tiempo meteorológico, y evitan así correr riesgos. Quienes se comprometan a pagar ese precio se arriesgarán a que el año próximo, en lugar de haber sequía, haya lluvias torrenciales y el precio del agua baje. En ese caso, perderán dinero. Pero los contratos futuros los firman libremente ambas partes, y el hecho de que haya un mercado de contratos es una garantía de que habrá muchos compradores que competirán entre sí y, por lo tanto, los precios no serán abusivos. La libertad de mercado es la mejor garantía contra los abusos.
Con el tiempo, los 'contratos futuros' evolucionaron. En lugar de asociarlos a productos básicos, como las naranjas, el petróleo o el agua, ahora es posible asociarlos también al precio de una acción determinada. Las ganancias pueden ser espectaculares, pero el riesgo también es enorme, y son muchos los que se arruinan comprándolos. Personalmente, yo me sentiría más seguro jugando a la ruleta.
Resumen:
En la bolsa no cotizan materias primas, porque las materias primas no son empresas. En la bolsa cotizan sólo empresas que deciden dividir su capital en pequeñas fracciones para que los pequeños inversores puedan participar como copropietarios de la empresa, con sus beneficios y sus riesgos. Un inversor comprará acciones de una empresa porque la ha investigado a fondo, y confía en que esa empresa creará riqueza y puestos de trabajo. Un especulador, en cambio, compra sólo porque cree que el precio va a subir y espera vender con beneficio.
Parece lo mismo, pero no es lo mismo. Los inversores de bolsa esperan ganar dinero a largo plazo. A corto plazo las fluctuaciones son enormes, y a menudo es más fácil perder dinero que ganarlo. Ahí entran en juego los especuladores, que prevén que el precio va a subir o bajar a causa de factores externos: los tipos de interés, la moda de un producto, los datos de empleo o de PIB, las epidemias, las vacunas... Todo eso afecta a los precios a corto plazo, pero especulando es más fácil perder dinero que ganarlo. Con la burbuja inmobiliaria de los años 2000, muchos ganaron mucho dinero (si supieron vender a tiempo, que no es nada fácil), pero muchos más perdieron muchísimo cuando explotó la burbuja. Con las vacunas, muchos han ganado dinero comprando acciones de Pfizer, pero son muchos más los que han perdido comprando acciones, por ejemplo, de Sanofi.
En bolsa se negocian también los llamados 'contratos derivados', que están asociados al precio de las acciones. Los orígenes de esos contratos fueron los 'contratos futuros', que inventaron los agricultores para asegurarse un ingreso fijo a cambio de su cosecha. Meses antes de la recolección, el comprador se compromete a pagar al agricultor un precio fijo por la cosecha, que es menos de lo que el agricultor podría ganar, pero más de lo que podría perder si hay pedrisco, langosta, sequía, etc. El comprador, por su parte, espera ganar dinero si todo va bien, pero también se arriesga a perderlo todo si las cosas van muy mal.
En cualquier caso, siempre hay un riesgo, y los especuladores a menudo pierden hasta la camisa. Cuanto más dinero quieres ganar, más tienes que arriesgar, así que los especuladores son más parecidos a los clientes de un casino que a unos buitres despiadados.
A veces, el agua escasea. Como no es posible saber cuándo lloverá --y, por lo tanto, si su precio bajará o subirá--, puede haber consumidores o empresas que prefieran contratar un precio fijo por hectolitro para el año que viene. Al igual que los agricultores, se aseguran un precio fijo, que no dependerá de las variaciones del consumo ni del tiempo meteorológico, y evitan así correr riesgos. Quienes se comprometan a pagar ese precio se arriesgarán a que el año próximo, en lugar de haber sequía, haya lluvias torrenciales y el precio del agua baje. En ese caso, perderán dinero. Pero los contratos futuros los firman libremente ambas partes, y el hecho de que haya un mercado de contratos es una garantía de que habrá muchos compradores que competirán entre sí y, por lo tanto, los precios no serán abusivos. La libertad de mercado es la mejor garantía contra los abusos.
Con el tiempo, los 'contratos futuros' evolucionaron. En lugar de asociarlos a productos básicos, como las naranjas, el petróleo o el agua, ahora es posible asociarlos también al precio de una acción determinada. Las ganancias pueden ser espectaculares, pero el riesgo también es enorme, y son muchos los que se arruinan comprándolos. Personalmente, yo me sentiría más seguro jugando a la ruleta.
Resumen:
ganar mucho dinero = correr mucho riesgo
libertad de mercado = garantía contra los abusos
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