lunes, 16 de marzo de 2020

La Ciencia lo dijo y yo no miento

Basta ya de trucos. Igual que censuramos la adulteración de los alimentos, tenemos que censurar la adulteración de los significados. Hay que poner las cosas en su sitio, no sea que, en un descuido, se nos vayan de las manos.

Llevamos ya quizá demasiado tiempo oyendo invocar machaconamente a 'la ciencia' como diosa suprema con la que se justifican argumentos, decisiones, leyes o proclamas ideológicas de todos los colores. Ciencia es, presumiblemente, la distinción entre alimentos 'buenos' y 'malos', la necesidad de correr como un demente sin que a uno se le esté escapando ningún autobús, las teorías económicas fallidas que todos los años reciben algún premio Nobel, o la pretensión de saber qué tiempo hará dentro de cien años sin saber el que hará dentro de dos semanas.

Ciencia por aquí, ciencia por allá. Ciencia hasta en la sopa. Personalmente, la gota que ha colmado mi vaso ha sido el reciente ascenso al estrellato de la epidemiología, otra 'ciencia' infalible que, supuestamente, permitirá a algún que otro país minimizar los efectos de cierto virus rampante. Aunque a la hora de la verdad cada país termine enarbolando su propia teoría 'científica', que viene a ser como decir que cada planeta obedece a su propia ley de la gravedad. Sobre gustos no hay nada escrito.

Empecemos, pues, por el principio: querido público, la ciencia es experimental, y no puede haber ciencia si no hay confirmación experimental. Las teorías de Galileo, Newton, Darwin, Planck o Lavoisier no habrían pasado de especulaciones más o menos ingeniosas (generalmente, más) si no hubieran sido confirmadas experimentalmente.

En segundo lugar, la ciencia es predictiva. Esto quiere decir que sus predicciones se cumplen siempre. Y, cuando no se cumplen exactamente, sus resultados están siempre rigurosamente dentro del margen de error predicho por la teoría.

Estos dos principios básicos nos permiten, ya de entrada, apear del altar de los altares a unas cuantas teorías cacareadamente 'científicas' y relegarlas a la estantería de los crecepelos. Ahora veremos por qué.

 Con respecto a la economía, circula por ahí una definición humorística (pero acertada) que me ahorrará entrar en mayores digresiones: "La economía es esa ciencia que nos permitirá explicar mañana por qué estábamos equivocados hoy". Nada que objetar, y por lo tanto paso al párrafo siguiente.

 La 'ciencia' de los alimentos, en cambio, ni siquiera nos permite explicar mañana por qué hemos hecho el ridículo hoy. Está basada en estadísticas, sí, pero ignorando olímpicamente cientos de factores que no son reproducibles: estado de ánimo, recuerdos infantiles, gustos estéticos, calidad del sueño, fuerza de voluntad, manías personales, frecuencia e intensidad de disgustos o alegrías, grado de satisfacción sexual, procedencia o autenticidad de los alimentos, sabores o aromas preferidos... El resultado son conclusiones contradictorias. ¿El aceite de oliva es bueno o malo? Según...

Un tercer grupo de 'ciencias' está basado en modelos. Sí, me dirán ustedes que también la teoría de la gravitación universal es un modelo. Cierto, pero es un modelo que funciona. Siempre. Siglos después, la teoría de la relatividad delimitó el alcance de la teoría de Newton, pero no la invalidó. Ahora bien, un modelo del clima futuro basado en datos escandalosamente incompletos, en parámetros subjetivos y a menudo ocultos, decidido por consenso (!) y publicado escamoteando los datos que no concuerdan con unos fines políticos no es realmente un modelo, ¿verdad?

Yo diría que no.

Y llegamos ya a la estrella más reciente del firmamento de las 'ciencias': la epidemiología. ¿Qué podemos decir de la epidemíología? ¿Es o no una verdadera ciencia?

Tal vez. Acaso. Quizá. Quién sabe. De los modelos epidemiológicos se puede decir lo mismo que de las estadísticas: les faltan datos y, por lo tanto, son simplificaciones groseras de fenómenos reproducibles sólo a medias. Todo esto, sin embargo, no sería grave si sus modelos tuvieran la virtud de predecir con cierta exactitud la evolución de una epidemia. No tengo información suficiente para saber si, hasta la fecha, tales predicciones han sido o no correctas, pero sospecho que no mucho.

En primer lugar porque, ante una pandemia como la del COVID-19, cada país está aplicando su propia receta. A diferencia de los planetas, que parecen estar todos de acuerdo en obedecer la fórmula de Newton. Y, en segundo lugar, porque la complejidad de las situaciones reales hace que cualquier modelo epidemiológico sea impredecible. A esto añadiré una consideración moral: ¿hasta qué punto está justificado experimentar con las vidas de seres humanos?

Difícil decisión. No les arriendo la ganancia. Pero, por favor, no invoquemos con entonación grandilocuente a la diosa Ciencia para justificar nuestras decisiones. Es un truco muy manido ya.

Y, si no me creen, échenle un vistazo a las etiquetas de las botellas de Anís del Mono.

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