domingo, 5 de febrero de 2017

sábado, 4 de febrero de 2017

La era del ruido

Cantando bajo la lluvia

De repente uno mira a su alrededor y se da cuenta de que el mundo, imperceptiblemente, ha ido cambiando hasta volverse grotesco y absurdo.

Y lo peor de todo: llueve.

Es mucho peor que un aguacero, o una tempestad. Es un túnel de lavado permanente. Llueve, y ni siquiera se nos había ocurrido ponernos impermeable. Llueve cuando encendemos el televisor, cuando nos conectamos a Internet. Llueve en las galerías de los centros comerciales y en los pasillos abarrotados de los bazares made in China, bajo la maraña de cámaras de circuito cerrado que acechan el paisaje urbano, en las noticias de la radio, en las bibliografías académicas. Diluvia en las pantallas de los teléfonos móviles, en las colas de los aeropuertos, en las carreteras repletas de vehículos y señales y controles, caen chuzos de punta en las calles llenas de perros, en las banalidades cotidianas, en las creencias irreflexivas empapadas de ideología. Llueve y llueve día y noche, hora tras hora y minuto tras minuto, dentro de mis fronteras y fuera de ellas, y con tal intensidad que cada día es más difícil distinguir las siluetas que nos rodean. Estamos en la era del ruido.

Panem, android et circenses

Hace ya tiempo que soy incapaz de creerme ninguna noticia, y hace más tiempo aún que siento que he perdido la libertad. Irremediablemente. Veo una película inteligente de cada cien. Hace poco era una de cada diez, y dentro de nada será una de cada mil, de cada millón. Y toda esta noria gigantesca que da vueltas vertiginosamente es hoy el sucedáneo de la libertad. Un tambor de lavadora. Un túnel de lavado.

Hace sólo unos años creía en las botellas con mensajes arrojadas al océano, pero ya nadie busca botellas con mensajes, y de cualquier modo los mensajes tampoco pueden exceder de 140 caracteres. Así, cualquier mentecato sin neuronas puede ahora añadir gotas a la tempestad, estrépito a la noria: ruido.

Un carnaval permanente

Cúbrase usted de tatuajes, envíe montañas de selfies, escriba jajaja. Regale porque ya es primavera. Culpabilícese por el cambio climático y tiemble frente al colesterol. Sea solidario, de palabra nada más, claro. Rechace la violencia machista, póngase casco hasta en la bicicleta y no olvide nunca el cinturón de seguridad. Compréndalo, es por su bien. Y beba litros de agua. Mineral, por supuesto; faltaría más.

Este es mi mundo hoy. Un mundo conformista en lo importante, de slogans en lo sectario. Un mundo de apariencias y tabúes, de espejos donde mirarse y de espejismos con que engañarse. Un universo sin horizontes, vaciado de dignidad, superficial y medroso. ¡Bienvenidos al carnaval! (en la cubierta del Titanic).

Las estatuas de sal nuncan da la espalda

Los dictadores del siglo XX fueron idealistas. Terrible error. Prometer la eternidad sin entender que el mundo se acabará mañana. La eternidad, naturalmente, acabó en tragedia, y desde entonces el mensaje que subyuga a las masas es: seguridad.

Ese es el mensaje. Pero está disfrazado. De libertad.

Un disfraz grotesco en un mundo de avestruces.

Pero a quién le podría importar. Hagamos lo que hagamos, el mundo siempre se acabará mañana.

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