Es todavía muy pronto para hablar del ébola con conocimiento de causa. Lo que sabemos de esa enfermedad es mucho menos que lo que sabemos de la gripe o el sarampión, fundamentalmente porque en Africa no tienen, ni de lejos, los mismos medios que nosotros para estudiarla. A decir verdad, ni siquiera tienen tiempo. Por eso, no sólo las personas que podrían estar incubando la enfermedad, sino incluso la información que les llega a nuestros médicos de aquel continente debería ser puesta en cuarentena.
Se insiste en que el contagio sólo es posible si uno entra en contacto con secreciones corporales de un enfermo que tenga síntomas evidentes, y se insiste (o hasta hace unos días se insistía) en que no puede hablarse de ébola mientras la fiebre no alcance los 38.6º. Ambas afirmaciones desafían el sentido común. Para llegar a tener 38.6º de temperatura, todos los enfermos de ébola han tenido antes que tener 37º, 37.5º, 38º, etc., de modo que según ese criterio ningún médico les podría diagnosticar la enfermedad a tiempo. Pero incluso aceptando ese umbral de diagnóstico, ¿estamos seguros de poder descartar la enfermedad en alguien que tiene 38.5º de fiebre? Además, los habitantes rurales de Liberia probablemente no conocen el paracetamol ni de oídas, y no saben que si se tomaran uno o dos comprimidos les bajaría la fiebre.
Pero nosotros -y nuestros médicos- sí lo sabemos. Si se tratara de una enfermedad relativamente benigna, como la gripe, todas estas sutilezas no tendrían mucha importancia, pero cuando la tasa de mortalidad ronda el 50% uno ya no está para bromas. Todas las precauciones son pocas, y esa es la razón por la que todos los días vemos en alguna pantalla esas imágenes impresionantes que hace sólo unos años habrían sido de ciencia-ficción: médicos y enfermeros (el adjetivo 'heroicos' se queda corto para describirlos) vestidos de astronauta, desvistiéndose con exquisito cuidado para no contagiarse. En hospitales improvisados y a temperaturas del aire suficientes para cocer un cangrejo, añado.
Lo que no entiendo es por qué toman todas esas precauciones si sólo pueden contagiarse en contacto con secreciones corporales de los enfermos. ¿No bastaría con unos guantes de látex hasta el codo y una ducha antiséptica después? Vale, añadamos una mascarilla en la cara por si el enfermo estornuda o tose inopinadamente. ¿Por qué tomarse el trabajo de vestirse de astronauta?
Tan poco contagiosa es esa enfermedad que la enfermera que la ha contraído hace unos días en Madrid iba vestida de astronauta, y -supuestamente- siguió al pie de la letra el protocolo de seguridad hasta el momento de quitarse la vestimenta protectora. De modo que, de entrada, nadie sabe cómo se ha contagiado. Aunque, ahora que lo recuerda, cree que en algún momento se tocó la cara con un guante mientras se desvestía. Estoy tratando de identificar alguna enfermedad de la que uno se contagie tocándose la cara un instante con un guante desinfectado, pero no se me ocurre ninguna. Naturalmente, quiero pensar que antes de desvestirse la enfermera fue sometida a una ducha antiséptica.
Ya se sabe que España es el país de la fiesta y del 'todo vale'. No por casualidad es el gran destino turístico de medio mundo y uno de los países con cero universidades entre las 100 mejores del planeta. Quizá por eso no es de extrañar que en las imágenes publicadas por la prensa veamos con frecuencia a personas que, oye, tú, no se agobian más de lo necesario. Por ejemplo, aquel conductor de ambulancia fotografiado trasladando al misionero enfermo de ébola, o uno de los que ayudaban a bajarlo del avión, que llevaban, ambos, el traje de astronauta con la cremallera abierta. Ya se sabe, el calor... Total, no pasa nada, hombre.
Esa autosuficiencia, tan española pero sobre todo tan madrileña, no es sólo patrimonio del imbécil de a pie. También el imbécil electo la padece, y la cosa es tanto más grave cuanta más responsabilidad recae sobre sus hombros. Pero si la responsabilidad es evitar la versión 2.0 de la peste bubónica en el planeta Tierra, habría que preguntarse si nuestros gobernantes deberían andar sueltos hoy. Yo me lo pregunto, pero me temo que la policía y los jueces se limitarán a rezongar en privado y, tal vez algún día no muy lejano, caer en cama con 38.6º de fiebre.
Leyendo y mirando las noticias estos días, no he podido evitar acordarme de la lejana crisis del 'Prestige'. El ministro de turno por entonces era Mariano Rajoy, y su actitud frente a aquella crisis fue exactamente la misma que ahora: dejemos trabajar a los expertos. Así, si los expertos se equivocan, la responsabilidad no será de Mariano Rajoy, sino de los expertos. Los expertos se equivocaron con el 'Prestige' y se han equivocado con el ébola, pero ya se sabe que en España nadie es responsable de nada, y mucho menos que nadie los miembros del Gobierno.
De hecho, cuando los miembros del Gobierno adoptan una medida la justifican diciendo que lo hacen porque "les parece oportuno". Ninguna mención a su programa electoral, que es la única razón por la que, en teoría al menos, el votante les da su voto. ¿Y si resulta que les parece oportuno pero contraviene su programa electoral? Bah. No pasa nada. Estamos en España, hombre.
Así que a la ministra le pareció oportuno traer de Africa a un misionero moribundo porque a sus votantes católicos les enternecen esas cosas y porque, además, tenemos la mejor sanidad del mundo (a pesar de que el ranking mundial de universidades -y una visita a algún que otro ambulatorio de la Seguridad Social- no corrobore esta afirmación). Total, pase lo que pase la ministra no va a dimitir. Ya explicó en cierta ocasión que no había reparado en aquel Jaguar nuevo que había aparecido un día en su garaje, y el presidente del Gobierno no encontró razones para cesarla.
Se ha bromeado mucho con la coincidencia de que un banquero se apellide Botín, pero no tanto con la circunstancia de que una ministra de Sanidad se llame Mato. Aunque, para que la broma fuera completa, la ministra tendría que llamarse Olvido. La pobre tiene tan mala memoria que no es capaz de hacer declaraciones sin leerlas, y no hay que descartar la posibilidad de que esa señora pase por el ministerio como por su garaje y sean unos oscuros pendolistas los que le escriben las declaraciones a la prensa.
Parece difícil de creer, pero tengo la impresión de que buena parte de los españoles no son conscientes de la gravedad de la situación. Ayer mismo, en una encuesta improvisada en la televisión, casi un 50% de los encuestados afirmaba no tener ningún miedo a contagiarse de ébola. Mientras aparecían en la pantalla los resultados de la encuesta, tras mi ventana la noche se llenaba de fuegos artificiales. Supongo que esto es lo que los romanos llamaban panem et circenses. No hace falta mucho más. Porque en España, desde el último mono hasta el primer ministro, todos vamos sobrados.
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jueves, 9 de octubre de 2014
Autosuficiencia
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