jueves, 29 de octubre de 2020

Datos (y datas)

Miro una y otra vez las estadísticas y me cuesta creerlo. No los datos en sí mismos, sino la manera en que los gobiernos y los medios los están interpretando. Por supuesto, la interpretación más simplista es la de que "ha habido tantos miles de muertes esta semana", o "los contagios están aumentando a un ritmo de tanto cada x días". En las noticias leemos diariamente que "aumenta la preocupación por el aumento de casos", sin aclarar quién o quiénes son los que están tan preocupados. Datos como el de la mortalidad en Suecia (dos muertes diarias atribuidas al virus, a fecha de hoy) son silenciados, y los datos históricos que podrían arrojar luz sobre el asunto hay que ir a buscarlos en recónditas gráficas oficiales. Tarea de muchas horas, en mi caso meses, hasta que uno puede hacerse una idea de qué es lo que realmente está sucediendo.

Pues bien, a continuación voy a tratar de explicar lo que, según datos oficiales, está sucediendo. Empecemos con la gráfica de muertes por todas las causas en España. En el año 2004 (en que este dato ni siquiera salió en las noticias), las defunciones semanales aumentaron muy rápidamente desde el valor mínimo del verano hasta la segunda semana de enero: un 75%. En 2020 las cosas son un poco más complicadas, porque la ola de marzo-abril y el encierro forzoso alteraron sustancialmente la interpretabilidad de los datos. Pero, si tomamos el valor mínimo anual (7 de junio) como referencia, un aumento del 75% hasta comienzos de 2021 tampoco merecería ser noticia. Lo cual quiere decir que, si en la segunda semana de enero alcanzáramos 1.800 defunciones diarias, seguiríamos estando en valores estadísticamente admisibles. En la semana del 11 de octubre, el aumento desde los mínimos del verano era sólo un 14.7%, muy lejos todavía del 75%.

Veámoslo desde otro punto de vista. Desde el 11 de octubre de 2004 hasta el máximo de enero de 2005, las muertes semanales aumentaron un 64%. Si siguiéramos esa misma evolución en 2020, a comienzos del año próximo podríamos llegar a 2.000 defunciones diarias por todas las causas, y el dato seguiría sin merecer ni una mención en el telediario. Veremos lo que nos trae el futuro.

Pero, ¿y en valores absolutos? Teniendo en cuenta el aumento de la población española, el número total de muertes en la semana del 11 de octubre aumentó un 8% respecto de 2004, es decir, un 0.0014% de la población española. Dicho de otro modo, en una ciudad de un millón de habitantes estaban muriendo en esas fechas 2 personas más cada día, posiblemente a causa del virus (cuyo nombre no menciono para que no me censuren este blog).

Sí, ya sé que estos cálculos no casan bien con las cifras exorbitantes que nos llegan todos los días por todas partes, pero son el resultado de simples multiplicaciones y divisiones lógicas a partir de los datos oficiales del INE.

Veamos ahora el número total de muertes por todas las causas en lo que va de año, es decir, desde el 1 de enero hasta el 11 de octubre: 383.841. En esa cifra, naturalmente, deberían estar incluidas todas las defunciones causadas por el virus desde que la epidemia se empezó a extender por España. Si extrapolamos los valores máximos de los últimos 20 años, concluiremos que una cifra de 350.000 no habría sido alarmante. La diferencia son cerca de 34.000 muertes, presumiblemente causadas por la epidemia. En términos porcentuales, 34.000 muertes representan un 0.07% de la población española. ¿Quiere esto decir que el sistema sanitario de España no estaba preparado para atender a un 0.07% más de casos fatales en poco más de nueve meses?

Vamos a examinar esto desde otro punto de vista. Ya hemos concluido que un máximo de 2.000 muertes diarias no debería ser un problema para la Seguridad Social, ya que sería estadísticamente aceptable. En 2020 ese máximo fue rebasado sólo en la semana 14, en que se llegó a contabilizar 20.653 fallecimientos (2.950 diarios). ¿La cacareada seguridad social española no tenía previsiones para hacer frente a un exceso de 950 defunciones diarias en el conjunto de España durante sólo una semana? Los cables de los ascensores están calculados para soportar el doble del peso máximo autorizado (un 100% de más), pero la sanidad española, por lo visto, no tiene planes de contingencia para soportar un exceso del 58% a lo largo de siete días, y tuvo que recurrir en muchos casos a medios de la sanidad privada (que sí tenía plazas disponibles). Quizá esto explique que los ministros de izquierda, cuando se ponen enfermos, se vayan directamente a la clínica Ruber.

Repito que no estoy negando que haya una epidemia. Lo que quiero señalar es que las cifras, al menos a 11 de octubre, no justifican en absoluto las alarmas catastrofistas de que estamos siendo víctimas, y no sólo en España. El dogma socialdemócrata, con su énfasis desmesurado en la seguridad a expensas de la libertad, está con el culo al aire, y sólo unos medios de comunicación incompetentes, cobardes y adoctrinados consiguen, hoy por hoy, mantenerlo. Si los ciudadanos somos adultos para votar, también lo somos para protegernos. La misión del estado, en situaciones como esta, debería limitarse a informar. Y, en los casos más acuciantes, a echar una mano.

La limitación indiscriminada del contacto social retrasa la consecución de la inmunidad colectiva y prolonga la agonía económica y social. Y la obligación de llevar mascarilla hace que sus portadores, reutilicen las mascarillas durante muchísimo más de cuatro horas, y hace también que se sientan seguros y no guarden las distancias (que es precisamente la única medida aconsejable). Entre tanto, aumentan los suicidios, las larguísimas colas de los comedores de caridad (que los medios se han prohibido a sí mismos divulgar), los enfermos de otras dolencias que temen acudir al hospital o sólo pueden hablar con su médico por teléfono, las depresiones, las quiebras de empresas y el desempleo.

En pocas palabras: es el caos.

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jueves, 22 de octubre de 2020

Inmunidades y rebaños

A día de hoy, las cifras que nos dan los llamados “periodistas” y los llamados “expertos” sobre el COVID-19 son muy alarmantes, y parecen justificar que el gobierno limite drásticamente los contactos entre la población, dando por supuesto que los costes sociales, sanitarios y económicos de esa imposición serán inferiores al beneficio que nos reporte. Digo “dando por supuesto”, porque todavía no he visto publicado un solo análisis de la relación coste/beneficio que justificaría esa orwelliana medida.

En medio de esta tormenta de cifras para todos los gustos que inducen al terror, si uno no razona, y a la confusión, si uno trata de entender lo que realmente está sucediendo, el único dato que parece inapelable son las cifras de defunciones de los registros civiles, comparadas con las cifras de años anteriores. En España, esos datos son recogidos por el MoMo y representados en gráficas, tanto a nivel nacional como por Comunidades Autónomas.

Sin embargo, las gráficas del MoMo incluyen un concepto engañoso: las estimaciones de mortalidad esperada. Según el MoMo, estas estimaciones están basadas “en la mortalidad observada de los últimos 10 años”.

Pero, si consideramos que una mayoría de los fallecidos rondaba la esperanza de vida, si analizamos la distribución de muertes por edades en el pico de marzo-abril, y si consideramos la abundante presencia de afecciones previas al contagio, tenemos que llegar a la conclusión de que muchos de los fallecidos murieron sólo entre semanas y meses antes de lo esperable. Esto quiere decir que la curva de muertes esperadas debería presentar un bache a partir de abril --no es previsible que los que ya se han muerto se vuelvan a morir--, recuperándose después asintóticamente hasta converger con la estimación del MoMo. La recuperación es asintótica porque, como es lógico, nos acercamos progresivamente a la inmunidad de rebaño.

Sin datos completos es muy difícil modelizar este efecto, pero grosso modo podría tener esta forma:

Esto explicaría que el pico de marzo-abril fuera aparentemente tan inverosímil, y reflejaría una disminución mucho más gradual, correlacionada con el aumento de la inmunidad.

Como se puede ver en el gráfico, la presunta “segunda ola” del otoño no sería tal, sino que reflejaría simplemente un cálculo incorrecto de las muertes esperadas, que no ha tenido en cuenta ese efecto de “resaca” de la curva estimada. El número de muertes estimado debería ser todavía menor que el que publica el MoMo, y por lo tanto el exceso de mortalidad debería ser aún mayor. Pero eso no refleja un aumento exponencial de la epidemia, sino simplemente la realidad de que no podemos esperar que se mueran los que ya se han muerto. 

Pese a que debería empezar a notarse ya un aumento estacional, la gráfica del MoMo está fluctuando en meseta desde primeros de julio y es menor que en enero. En enero no había ninguna alarma sanitaria, que yo recuerde. 

Si los periodistas incompetentes, la Universidad Carlos III y el INE todavía no se han dado cuenta de todo esto, la única explicación que se me ocurre es que son unos ceporros, probablemente víctimas de la LOGSE. O, peor todavía, que están manipulando la interpretación de los datos en favor del gobierno.

En cualquier caso, cabe preguntarse si el encierro indiscriminado de la población, o el uso totalitario de las mascarillas, realmente han surtido el efecto esperado. Si examinamos la gráfica siguiente, tendremos que concluir que no:

La evolución de la epidemia ha sido exactamente la misma en Suecia, donde apenas se han limitado los movimientos y los contactos sociales, y donde las mascarillas no han sido obligatorias, que en un número representativo de países europeos, de norte a sur.

No estoy negando que haya casos de COVID-19 ni muertes por esa causa. Lo que estoy afirmando es que un análisis razonable de los datos más fiables de que disponemos no justifica el catastrofismo imperante, que acarreará pobreza, hambre y buen número de enfermedades físicas y mentales derivadas de las políticas restrictivas.

Nos quedan por explicar las cifras exorbitantes de “casos” o “contagios” con que nos bombardean diariamente. Está demostrado matemáticamente que, cuando la prevalencia de una epidemia es muy baja, como es el caso del COVID-19, el porcentaje de falsos positivos de las pruebas PCR asciende al 56 por ciento en condiciones de laboratorio, lo cual quiere decir que, probablemente, en condiciones reales alcance el 70-80%. Eso explica que las cifras de “casos” sean tan alarmantes, mientras que las cifras reales de muertes son mucho más tranquilizadoras.

En cuanto a las pruebas de anticuerpos, hay que tener presente que el paso del virus por un organismo no sólo genera anticuerpos, sino que deja huella en la 'memoria' de las células T del sistema inmunitario, y ningún test conocido detecta esa huella. Si consideramos este factor adicional y tenemos presente, además, que el resfriado común es también un coronavirus y que nuestro sistema inmunitario genera inmunidad cruzada con el resfriado común, parece sensato concluir que estamos ya cerca de alcanzar la inmunidad colectiva o 'de rebaño'.

Tal vez las futuras vacunas consigan eliminar el virus del planeta, pero los encierros colectivos y las mascarillas, con toda probabilidad, no lo conseguirán. La inmunidad de rebaño es la única solución viable, y natural.

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