Pues bien, a continuación voy a tratar de explicar lo que, según datos oficiales, está sucediendo. Empecemos con la gráfica de muertes por todas las causas en España. En el año 2004 (en que este dato ni siquiera salió en las noticias), las defunciones semanales aumentaron muy rápidamente desde el valor mínimo del verano hasta la segunda semana de enero: un 75%. En 2020 las cosas son un poco más complicadas, porque la ola de marzo-abril y el encierro forzoso alteraron sustancialmente la interpretabilidad de los datos. Pero, si tomamos el valor mínimo anual (7 de junio) como referencia, un aumento del 75% hasta comienzos de 2021 tampoco merecería ser noticia. Lo cual quiere decir que, si en la segunda semana de enero alcanzáramos 1.800 defunciones diarias, seguiríamos estando en valores estadísticamente admisibles. En la semana del 11 de octubre, el aumento desde los mínimos del verano era sólo un 14.7%, muy lejos todavía del 75%.
Veámoslo desde otro punto de vista. Desde el 11 de octubre de 2004 hasta el máximo de enero de 2005, las muertes semanales aumentaron un 64%. Si siguiéramos esa misma evolución en 2020, a comienzos del año próximo podríamos llegar a 2.000 defunciones diarias por todas las causas, y el dato seguiría sin merecer ni una mención en el telediario. Veremos lo que nos trae el futuro.
Pero, ¿y en valores absolutos? Teniendo en cuenta el aumento de la población española, el número total de muertes en la semana del 11 de octubre aumentó un 8% respecto de 2004, es decir, un 0.0014% de la población española. Dicho de otro modo, en una ciudad de un millón de habitantes estaban muriendo en esas fechas 2 personas más cada día, posiblemente a causa del virus (cuyo nombre no menciono para que no me censuren este blog).
Sí, ya sé que estos cálculos no casan bien con las cifras exorbitantes que nos llegan todos los días por todas partes, pero son el resultado de simples multiplicaciones y divisiones lógicas a partir de los datos oficiales del INE.
Veamos ahora el número total de muertes por todas las causas en lo que va de año, es decir, desde el 1 de enero hasta el 11 de octubre: 383.841. En esa cifra, naturalmente, deberían estar incluidas todas las defunciones causadas por el virus desde que la epidemia se empezó a extender por España. Si extrapolamos los valores máximos de los últimos 20 años, concluiremos que una cifra de 350.000 no habría sido alarmante. La diferencia son cerca de 34.000 muertes, presumiblemente causadas por la epidemia. En términos porcentuales, 34.000 muertes representan un 0.07% de la población española. ¿Quiere esto decir que el sistema sanitario de España no estaba preparado para atender a un 0.07% más de casos fatales en poco más de nueve meses?
Vamos a examinar esto desde otro punto de vista. Ya hemos concluido que un máximo de 2.000 muertes diarias no debería ser un problema para la Seguridad Social, ya que sería estadísticamente aceptable. En 2020 ese máximo fue rebasado sólo en la semana 14, en que se llegó a contabilizar 20.653 fallecimientos (2.950 diarios). ¿La cacareada seguridad social española no tenía previsiones para hacer frente a un exceso de 950 defunciones diarias en el conjunto de España durante sólo una semana? Los cables de los ascensores están calculados para soportar el doble del peso máximo autorizado (un 100% de más), pero la sanidad española, por lo visto, no tiene planes de contingencia para soportar un exceso del 58% a lo largo de siete días, y tuvo que recurrir en muchos casos a medios de la sanidad privada (que sí tenía plazas disponibles). Quizá esto explique que los ministros de izquierda, cuando se ponen enfermos, se vayan directamente a la clínica Ruber.
Repito que no estoy negando que haya una epidemia. Lo que quiero señalar es que las cifras, al menos a 11 de octubre, no justifican en absoluto las alarmas catastrofistas de que estamos siendo víctimas, y no sólo en España. El dogma socialdemócrata, con su énfasis desmesurado en la seguridad a expensas de la libertad, está con el culo al aire, y sólo unos medios de comunicación incompetentes, cobardes y adoctrinados consiguen, hoy por hoy, mantenerlo. Si los ciudadanos somos adultos para votar, también lo somos para protegernos. La misión del estado, en situaciones como esta, debería limitarse a informar. Y, en los casos más acuciantes, a echar una mano.
La limitación indiscriminada del contacto social retrasa la consecución de la inmunidad colectiva y prolonga la agonía económica y social. Y la obligación de llevar mascarilla hace que sus portadores, reutilicen las mascarillas durante muchísimo más de cuatro horas, y hace también que se sientan seguros y no guarden las distancias (que es precisamente la única medida aconsejable). Entre tanto, aumentan los suicidios, las larguísimas colas de los comedores de caridad (que los medios se han prohibido a sí mismos divulgar), los enfermos de otras dolencias que temen acudir al hospital o sólo pueden hablar con su médico por teléfono, las depresiones, las quiebras de empresas y el desempleo.
En pocas palabras: es el caos.