sábado, 24 de marzo de 2018

Teología experimental

Por lo general, tengo cosas más importantes que hacer que ocuparme de la filosofía. Exceptuando a Zenón de Elea y a su maestro Parménides, todas mis lecturas filosóficas terminan invariablemente en una combinación de bostezos, hartazgo y estupefacción. ¿Cómo es posible que los filósofos se líen tanto para no decir nada? Todos podemos llegar a entender lo que es un electrón, un campo gravitacional, un cromosoma o un número primo, pero ¿por qué los filósofos no definen los conceptos que usan de manera que cualquier ser pensante pueda entenderlos?

A lo largo de mi vida, le he dado muchas vueltas a esas preguntas. Encuentro asombroso que la filosofía sea una disciplina universitaria, que haya personas que se ganen la vida dedicándose a ella, y que grandes pensadores de todas las épocas le hayan dedicado tal cantidad de páginas sin llegar jamás a alguna conclusión verificable o mínimamente sólida. El cerebro humano, por lo visto, es así.

Sucede que hay dos tipos de conceptos en la mente humana. Uno, de alcance universal, es el resultado de una abstracción. Nos fijamos en cierto número de ejemplares de cualquier cosa, y de ellos extraemos una conclusión que vale para todos. Si observamos, por ejemplo, que el número 7, el 11 y el 31 sólo son divisibles por sí mismos y por el número 1, podemos definir un concepto basado en esas dos propiedades, que los matemáticos han llamado 'número primo'. A partir de ese momento, si escogemos un número al azar no habrá posibilidad de duda: o es primo o no lo es, y no tendrá ningún sentido hablar de números 'medio primos', o distinguir entre números más primos o menos primos.

En cambio, hay otro tipo de conceptos que construimos en torno a un prototipo. Una colina, un adolescente o una borrasca son conceptos claros, pero borrosos en las fronteras. Cualquier afirmación que hagamos sobre ellos será más o menos válida según lo cerca o lejos que estemos del prototipo. Rara vez nos pondremos de acuerdo sobre dónde empieza una colina, y no todos los adolescentes tienen acné. Además, a menudo podemos definir nuevos prototipos que transforman nuestro paisaje conceptual: ¿la pirámide de Keops es una colina? ¿en qué momento una borrasca se convierte inequívocamente en un ciclón?

La filosofía juega en gran medida con conceptos derivados de prototipos, y vende como generalizaciones lo que son sólo áreas conceptuales más o menos difusas que cada filósofo puede interpretar a su antojo. Prueba de ello es que, en la práctica, así sucede. La historia de la filosofía es una larga enumeración de controversias, cismas, delirios, narcisismos y, sobre todo, pereza.

Pereza de verificar los conceptos y de marcarse una dirección y un método. En filosofía, los fracasos no son relegados, sino que se acumulan. Las tonterías que afirmaron Aristóteles, Platón, Kant, Bergson o Hegel siguen en los libros, inamovibles. Si la ciencia hiciera lo mismo, los científicos estudiarían hoy el móvil perpetuo o la generación espontánea en pie de igualdad con la termodinámica y la microbiología.

Hay además un tercer tipo de conceptos que han dado pie a buena parte del corpus filosófico. Me estoy refiriendo a lo que podríamos llamar 'lógica exhibicionista' o 'lógica justificativa'. En esa línea, por ejemplo, la pregunta "¿dónde empieza una circunferencia?" podría dar lugar a un voluminoso tratado filosófico sobre los orígenes del devenir, la esencia de la continuidad o el eterno retorno, aunque por supuesto sólo a un filósofo se le podría ocurrir tamaña pérdida de tiempo.

La lógica exhibicionista ha sido usada muy a menudo en filosofía para justificar las propias creencias o para inflar la vanidad personal de más de un autor. Las cinco vías de Santo Tomás son un buen ejemplo de piruetas mentales concebidas únicamente para justificar la sumisión a un dogma religioso. Como acrobacias intelectuales son muy brillantes, pero sólo han servido para convencer a los ya convencidos. Santo Tomás tal vez habría hecho mejor dedicándose a componer música para la Corte, o estudiando la germinación de la habichuela.

Quizá la rama de la filosofía con que más familiarizados estamos la mayoría de nosotros es la teología. Todo el edificio conceptual de la teología está construido sobre un único concepto, que simplificando podríamos llamar 'Dios'. Todo el mundo entiende el significado de 'Polo Norte', 'Everest' o 'Torre Eiffel', pero ¿qué cosa es 'Dios'? Difícil averiguarlo. Ni siquiera los diccionarios coinciden en sus definiciones. Para aclarar ideas, voy a tratar de resumir los resultados de mi búsqueda en unos cuantos diccionarios.

Casi todos los diccionarios definen 'Dios' como "ser supremo", aunque algunos (Collins) hablan de 'espíritu' y Wordnet lo califica de 'sobrenatural'. Mal empezamos. Pero hay más versiones. Wiktionary lo define como "presencia o fuerza espiritual impersonal y universal", que es algo así como decir 'todo y nada', mientras que Merriam-Webster lo define como "realidad suprema o última". ¿En qué quedamos? ¿Suprema, o última? Me parece a mí que no es lo mismo.

Esta era sólo la presentación. En cuanto a los atributos, los hay para todos los gustos. Muchos lo califican de "creador" y "gobernante" del Universo. Al menos uno (Oxford) añade "fuente de autoridad moral". Casi todos coinciden en que es 'venerado' u 'objeto de fe', y Merriam-Webster, siempre en su línea particular, añade: "perfecto en términos de poder, sabiduría y bondad". Curiosamente, ninguno de ellos atribuye a Dios la cualidad de 'eterno'.

Vayamos por partes, y limitémonos a lo que el sentido común nos permite interpretar. Hablar de un ser 'supremo' implica una escala de menor a mayor, pero ninguno de los diccionarios nos aclara cuál es esa escala. Si lo que queremos decir es que Dios creó el Universo, entonces el adjetivo 'supremo' sobra. ¿Puede haber algo más supremo que crear el Universo? Me pregunto.

Más problemática se pone la cosa cuando intentamos desentrañar el significado de 'espíritu' o 'sobrenatural'. Para mí, un espíritu es un estado de ánimo, y ninguno de los que yo he experimentado me ha permitido jamás crear un universo. Quizá no he perseverado lo suficiente. En cuanto a 'sobrenatural', es un adjetivo que asocio únicamente a ciertas películas de terror o a ciertas alucinaciones. Por ejemplo, a causa de la sed en el desierto o de la ingestión de sustancias psicoactivas.

Nos quedan tres sustantivos que hacen referencia a Dios: 'presencia', 'fuerza' y 'realidad'. La idea de que Dios es real o está presente, sin que nos aclaren cuándo o dónde, me sume en profunda confusión. En toda mi vida, jamás he podido ver ni me han presentado a ningún ser supremo sospechoso de haber creado el mundo. ¿Debería intensificar mi vida social?

Pero tengo que confesar que, después de tal cúmulo de confusiones, me topo por fin con una palabra tranquilizadora: 'fuerza'. La idea de que Dios es una fuerza es providencial, porque, como casi todos sabemos, la fuerza es el producto de la masa por la aceleración, y ambas son medibles. De modo que sólo tendríamos que averiguar la masa de Dios y hacia dónde se mueve para conocer su magnitud e incluirla en los diccionarios. ¿Hay algún teólogo por ahí dispuesto a trasponer los umbrales de la filosofía experimental? Se admiten apuestas.

Nos quedan todavía unos cuantos atributos más bien pomposos, pero difíciles de verificar experimentalmente. Si nos fiamos de la teoría del big bang, que por el momento es la que mejor explica nuestras observaciones, podríamos concluir que Dios es la fluctuación cuántica del vacío que dio lugar al universo que habitamos, y podríamos conjeturar que las mismas leyes que causaron tal fluctuación son las que aún hoy gobiernan las galaxias y sus componentes. Pero, francamente, de ahí a que el big bang sea una "fuente de autoridad moral" media un abismo.

Para terminar, los atributos más peliagudos son los que meten al infinto de por medio. Si Dios ha creado el Universo, sin duda es muy poderoso, pero para ser 'infinitamente poderoso' tendría que estar creando infinitos universos en infinitos instantes y sujetos a infinitas leyes físicas. No digo que no, pero yo cuando miro al cielo no alcanzo a ver nada ni remotamente parecido. De dónde ha sacado Merriam-Webster esa información es un misterio, sin duda teológico.

Hasta aquí nos hemos mantenido en el terreno de la duda, por decirlo con ánimo indulgente. Pero, ay, las dos cualidades que nos quedan chocan frontalmente con el sentido común. Si Dios es infinitamente sabio e infinitamente bondadoso, entonces el mundo que habitamos es el mejor de los mundos posibles, afirmación fácilmente refutada por cualquier programador de videojuegos dispuesto a crear un universo en el que no existan la envidia, la guerra, el fracaso, la soledad ni el dolor. Y en el que se paguen menos impuestos.

No haría falta ir muy lejos. Si los teólogos me dan a mí los fondos necesarios, yo mismo lo puedo programar. Palabra.

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