Se oye por los oídos, pero se escucha (y se memoriza) con el cerebro. Aquella tarde de primavera estaba yo a la puerta de una clínica cuando junto a la acera se detuvo un coche. Uno de sus ocupantes salió al exterior y se acercó a mí. "Por favor, ¿es ésta la Clínica del
Perfecto Socorro?" Sonreí para mis adentros. El nombre verdadero era "Clínica del
Perpetuo Socorro", pero entendí que aquel buen hombre había retenido incorrectamente el nombre de la clínica. "Sí", respondí, después de vacilar apenas un segundo. "Gracias", me dijo. Asió sus muletas y se dirigió a la entrada. La alegría que me pareció ver en sus movimientos casaba muy bien con aquel perfecto socorro que quizá tenía derecho a esperar. Lo seguí con la vista. Le faltaba una pierna.
No quería un ángel de la guarda. Quería su pierna.

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