sábado, 11 de julio de 2015

Patrias

Con el patriotismo me ha pasado siempre como con el football o la religión: me ha resbalado. Habiendo nacido en un país en el que los sentimientos patrióticos despiertan tan tempestuosas (y pintorescas) pasiones, más de una vez me he tenido que preguntar de dónde demonios soy, pero nunca he encontrado una respuesta clara.

Suponiendo que todo el mundo tenga que ser de algún sitio. Es cierto que todos tenemos por lo menos una lengua materna. Los colores, sabores y olores de nuestra primera infancia marcaron, querámoslo o no, un punto de partida en nuestra personalidad. Los árboles o su ausencia, las lluvias o las nieves o las tardes sofocantes, la playa, la selva, la sabana, el collado, el valle, las aceras o la ladera de un volcán fueron el primer paisaje que conocimos y exploramos. En alguno de ellos hicimos nuestros primeros amigos, aprendimos a usar el tenedor o los palillos, oímos el primer chiste, la primera leyenda y la primera canción, y besamos por primera vez a una chica. ¿Es eso el patriotismo?

No estoy seguro. Parece dudoso que la suma de todos esos recuerdos entrañables justifique, por ejemplo, la obligatoriedad de pagar impuestos o de ir a una guerra. Pero sin duda estoy simplificando. La nación -nos dirán- es mucho más que una suma de sentimientos personales. Es también una historia común, unas costumbres, un sentido del humor, una cierta forma de interpretar la realidad -o, más bien, de deformarla-, un tipo de familia y una estructura de poder. Y seguramente muchas más cosas que ahora mismo se me escapan. Y que, sinceramente, me traen sin cuidado.

Centrifugar antes de lavar

En esto del sentimiento nacional, España es un país muy raro. Probablemente todos hemos visto, en la película Casablanca, aquella escena tan emotiva en que los parroquianos del café de Rick consiguen acallar con su Marsellesa los sones marciales que han empezado a entonar unos militares alemanes. Al final de la escena, los gritos de "Vive la France!" son ahogados por una vehemente salva de aplausos. En los años 70, en el Reino Unido todavía se interpretaba el himno nacional antes de comenzar cualquier espectáculo público -¡incluso en el cine!-, y todos los presentes se ponían de pie y guardaban silencio solemnemente. En España, en cambio, cualquier persona que exclame "¡Viva España!" o enarbole una bandera nacional es... 'un facha'.

"España es el país más sólido de Europa" -dijo en cierta ocasión Bismarck-. "Lleva siglos intentando destruirse, sin conseguirlo". Bismarck no tuvo en cuenta la erosión permanente de un país que nunca se reconcilia consigo mismo, y no hay razones para pensar que la dinámica autodestructiva de aquel imperio en el que nunca se ponía el sol haya tocado fondo. Mientras no vea billetes de cinco euros impresos en Jumilla, en Baracaldo o en Lloret de Mar no me quedaré tranquilo.

¿Es grave, doctor?

Los nacionalismos provincianos son francamente molestos porque son, en su humilde provincianismo, fastidiosamente fascistas, pero para los que no tenemos raíces, sino piernas, son en fin de cuentas evitables. Ahora bien, yo no soy de ningún equipo de football, no tengo ideología política, a veces pienso en otros idiomas y me gusta tanto el blues como las soleares. What on earth is wrong with me?

Quizá movido por esa reprobable convicción de que la libertad consiste en no atarse a nada, he decidido hacer una lista de mis distintas 'nacionalidades', o como quieran ustedes llamarlo. No es una lista exhaustiva, pero tal vez me sirva para aclarar ideas.

Lista de mis sentimientos de pertenencia a una patria

Historia. Confieso que la historia de España me trae sin cuidado. En un tiempo me interesó la guerra civil (la de 1936), porque todos mis amigos eran de izquierdas y reivindicaban la segunda República. Pero, a fuerza de leer, llegué a la conclusión de que la derrota de Franco habría traído consecuencias mucho peores que su victoria, y el tema me dejó de interesar. De ahí hacia atrás, todo lo que he leído de la historia de España me parece un esperpento. Quizá por esa razón, apenas lo termino de leer se me olvida.

Del resto del mundo me interesan los grandes procesos: la caída del Imperio Romano, el ascenso del cristianismo, la era del colonialismo, las dos guerras mundiales, los grandes totalitarismos. De Esparteros, ni el caballo. Sorry.

Gastronomía. Si por gastronomía fuera, yo soy más mexicano, chino o indio que español. Es cierto, la tortilla de patatas o la paella son deliciosas, pero cualquier modesta enchilada, ku-bak o biryani las deja a la altura del betún. Sorry.

Literatura. Como he leído más literatura en español que en cualquier otro idioma, mis juicios a ese respecto no pueden ser objetivos. Por eso en mi vertiente de lector de ficción sí que encuentro un atisbo de patriotismo. El Quijote me parece una fantasía cruel e innecesaria, pero me fascina la vivisección pasional de la Celestina, me embriagan las lentas libaciones de Góngora y Vicente Aleixandre, me quito el sombrero ante Leopoldo Alas y Pérez Galdós, y me sumerjo con deleite en las entrañables narraciones de don Pío. Don Pío Baroja, bien sûr.

Sin embargo, también soy un poco francés gracias a Stendhal, Flaubert, Camus, Maupassant y Radiguet, un poquito germánico gracias a Zweig, Böhl, Kubin o Canetti, y no poco anglosajón por obra de John Donne, Raymond Chandler, George Orwell o James Cain. No, no me gusta Shakespeare, con sus grandilocuentes tratados sobre el poder, la honra y el honor. Un pelmazo.

También soy un poquito italiano (Petrarca, Buzzati), portugués (Eça de Queiroz, Camoens), suizo (Max Frisch) e incondicionalmente homérico, e incluso un poquitito ruso (Brodsky), aunque coincido con Nabokov en que Dostoievski no era realmente un escritor, sino un psicópata. Las novelas de Tolstoi, sí, son bastante eficaces... como somnífero.

Arte. En música y en pintura sí que se desdibujan completamente mis sentimientos patrióticos. Por lo que a la pintura se refiere, soy de la misma patria que Vermeer van der Delft, Brueghel el Viejo, Kandinski, Caravaggio, Hopper, Juan Gris, el Goya más siniestro, Derain y Rousseau el aduanero. Entre otros muchos, por supuesto. ¿Qué patria será esa, tan extensa? A saber...

Mi patria musical es, naturalmente, la más dilatada en el espacio y en el tiempo. Desde las Recercadas de Diego de Ortiz hasta el blues más primigenio, y desde Hoagy Carmichael hasta la Música para cuerda, percusión y celesta de Béla Bartók, mi patria musical es un firmamento cuya estrella más brillante se llama Johann Sebastian Bach. Genug! *

Pensamiento. Los filósofos siempre me han parecido unos farsantes obsesionados con su propio ombligo, pero la patria de da Vinci, Ayn Rand, Diógenes y Zenón de Elea, sea cual sea esa patria, es también la mía. En la vertiente intelectual, debo confesarlo: no soy nada francés. Désolé.

Ciencia. ¿Cómo es posible amar la ciencia y sentirse español? Respuesta: más o menos como dormir a pierna suelta y sentirse ganador de un pentathlón. Por eso, en lo que a ciencia se refiere, yo soy apasionadamente newtoniano y galileico, pero también siento que mi patria es la misma patria de Leibnitz, Einstein, Bourbaki, Euler, Maxwell, Bohr y tantos otros.

No, la lingüística no es una ciencia. Todavía.

Geografía y clima. Aquí es donde se puede ver, en negro sobre blanco, mi esquizofrenia patriótica. A menudo lo resumo diciendo que mi cerebro está en la Europa central, pero mi corazón está en el Mediterráneo.

Puntualización. Mi Mediterráneo es una quimera. Es el Mediterráneo de Homero y las sirenas, de dialectos latinos y mercaderes exóticos y embarazos indeseados, de playas sin turistas, de higueras y olivares, de Domenico Modugno y de mis días infantiles. Pero ese Mediterráneo ya no existe. Es la mitad de mi patria, y es una quimera.

¿Quién ha dicho que una quimera no puede ser una patria?

Resumen y conclusión

Como dijo una vez el japonés de Nipón Café: ¡No hay naciones!

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* En español: ¡Basta!  Es una alusión al aria 'Ich habe genug", una de las más bellas composiciones de Bach.

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